El hombre debe estar responsablemente atento a las consecuencias que sus elecciones y acciones pueden tener, más allá del momento y resultado inmediato. Éste es, concretamente, el problema del riesgo que está implícito en toda intervención sobre el ser humano.

Si el riesgo es inevitable, la Bioética exige que éste se contenga dentro de “límites racionales”. La posibilidad de riesgos y de consecuencias negativas exige que la intervención del hombre sobre la vida respete cada una de las condiciones de inicio y seguimiento, esto es:

1.— La más rigurosa y seria preparación y calificación científico-técnica de cuantos efectúan la experimentación.

2.— La grave obligación profesional de poner en conocimiento del sujeto humano a quien se interviene la naturaleza, la finalidad de la acción y los riesgos a los que se enfrenta, y de obtener la aprobación del mismo en forma libre.

3.— La posibilidad de suspender la intervención al perfilarse consecuencias negativas inaceptables. Por eso, tanto la experimentación terapéutica o curativa como la no terapéutica o no curativa deberán presentar un consciente de riesgo proporcionado al fin y capaz de garantizar la integridad del sujeto en el que se realiza la experimentación. Habrá qué suspender las pruebas apenas se vea que no existe tal proporción y garantía.

Ante los daños físicos imprevisibles, especialmente en voluntarios sanos, medicamentos inofensivos o en ensayos de químicos que pretendan prevenir, debe asegurarse la compensación económica del enfermo o sujeto del ensayo.

Como resumen puede decirse que, en cualquier caso, el médico debe presentar la experimentación clínica como un procedimiento extraordinario, nunca como la actuación habitual y debe ser explícita la voluntad del paciente en agotar todas las oportunidades y recursos disponibles antes de recomendarle el ensayo clínico.—