Diario de Yucatan

La dignidad y la pobreza urbana

MARÍA ISABEL CÁCERES MENÉNDEZ (*) [email protected]

Desaparecieron de las calles junto con la pandemia. La chiquilla con su cajita de chicles. La que no hablaba. Solo miraba con sus grandes ojos negros. La carita sucia y su pequeñísima mano extendida ofreciéndolos. “¿A cómo son?, lo que usted guste.” Eran las 9 o 10 de la noche. Jamás observé adulto alguno a la vista que pretendiera hacerse cargo de ella. Y la anciana mestiza que ofrecía recados, o matitas de ruda. O la mujer alta y corpulenta moviéndose con dificultad mientras extendía cajas de fósforos bajo un sol de 40 grados tratando de alcanzar los automóviles que avanzaban sin voltear a verla. Y los payasitos de las esquinas y los jóvenes de break dance... y los que limpiaban cristales...

La pandemia los obligó a guardarse. Y el exiguo ingreso desapareció. Como no salgo, no sé si ya han asomado nuevamente. Siempre compré todo lo que ofrecían. Lo que fuere. Porque no pedían limosna. Dignamente vendían o hacían algo a cambio de unos pesos o centavos.

Y así hoy, la ciudad se reanima. El Paseo Montejo recupera su gente. Salen a correr. Caminan a sus mascotas. Hay restaurantes abiertos. Al filo de las 20 horas del pasado jueves pasan paleteros, chiapanecas cargadas de mercancía colorida y alegre. Extranjeros. Gente del interior de la República. Niños con sus padres en sus triciclos y bicis. Parejas de novios tomados de la mano y comiendo helados.

NIÑOS DE LA CALLE

Y otra vez, y una larguísima vez mas, los niños de la calle. Un alegre chico de 12-13 años. Todo de blanco. Rojo pañuelo ondeando al viento, cachucha del mismo color. Se detiene y canta. Hermosa voz. Y espera quieto. Gorra en mano. Muy pocos se animan y echan algunos centavos. Enseguida otro, dos o tres años mayor, anunciándose como el “show man” del momento. Lanza atrevidas piruetas, entona alegre melodía. Los clientes del bar apenas si voltean. Se aleja caminando hasta su próximo “show”. ¿Donde será el siguiente?

Pasa frente a nosotros un hombre alto y corpulento de vientre prominente. Lleva un ramo de rosas en la mano. Mi hijo me avisa: “mira mamá es “Chancletitas”.

Al oír su apodo se detiene y saluda. Aún me recuerda. Le pregunto por su madre. “Esta bien. En la casa”... conversa unos minutos y sigue su camino lentamente.

Lo conocí hace unos 20 años. Ayudaba a su madre a vender flores. Tendría 5-6 años. La madre preparaba las rosas y el corría con la flor a la ventana del conductor para ofrecerla. Se llamaba Isabel, y a él le decíamos “Chancletitas” porque cuando ofrecía la flor te preguntaba: “¿me regalas unas chancletitas?” Y en ese momento se me rompe el corazón.

Me estalla en la cara la heroica dignidad de guerreros urbanos. Niños de la calle. Hijos del hambre. Sin presente, ni pasado, ni futuro. Cero oportunidades. Cruda necesidad. Visible desamparo. Pobreza citadina más severa que la rural, según afirma la ONU. Problema social, económico y de salud. Ya lo era mucho antes de la pandemia. Ahora es peor. Mas grave.

¿Se comenzarán a estructurar y fundamentar estrategias no solo deseables sino posibles para tolerar su impacto y ofrecer soluciones?

Nadie hizo algo hace mas de 20 años. La pregunta la dejo en el aire. ¿Lo harán ahora? Solo Dios lo sabe.—Mérida, Yucatán

Página Editorial

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2021-05-13T07:00:00.0000000Z

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